El Idioma de la paz (I)

Enseño idiomas, por lo que respeto la palabra y su enorme poder de construir y destruir, pero los venezolanos le hemos perdido el respeto; en la calle, en la oficina, en el periódico y en el Twitter ponemos sobrenombres, ridiculizamos a nuestros enemigos y celebramos a las lenguas más viperinas si inyectan el veneno más barato y doloroso. Estamos tan acostumbrados a descalificar y a ser descalificados que no nos damos cuenta ni cuando lo hacemos ni cuando nos lo hacen, pero los niños y jóvenes que lo sufren carecen de defensas para esto. En este estado de cosas no me sorprende leer que en el estudio “Violencia en la escuela” del Centro Gumilla se encontró que las agresiones verbales y físicas en ese orden son las más numerosas.

El sobrenombre, la chapita y el sarcasmo siempre han sido parte de nuestra cultura, pero es imperdonable que hoy en día se utilicen para todo: para corregir a los hijos o a los estudiantes, quejarse con las cajeras del supermercado, “retroalimentar” a los compañeros, y hasta para establecer jerarquías en instituciones teóricamente serias como las academias militares (las “bromas pesadas” que deben aguantar los novatos rayan en la tortura). No es casualidad que los PRANES ostenten tanto poder en las prisiones pues recibieron lecciones desde niños sobre el poder de los ataques verbales, muchas veces provenientes de aquéllos que debían orientarlos, y hoy utilizan tales ataques con una eficiencia escalofriante.

¿Pero qué podemos hacer? Primero, saber que nadie está libre de esta responsabilidad; por lo tanto, nadie podrá librarse de las consecuencias. Ya que sabemos que el uso agresivo del lenguaje es el detonante más poderoso de la violencia, saquémoslo de nuestro repertorio. Sabemos también que el ataque verbal no es para nada eficiente en el manejo de la frustración ni en la resolución de diferencias y que tiene el potencial de escalar hasta la agresión física e incluso hasta la muerte. Y por último, seamos conscientes de que nuestras palabras constituyen el “ecosistema” espiritual que experimentan todos los niños -propios y ajenos- y que en nuestras manos está su equilibrio.

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El Idioma de la Paz (II)
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