El Idioma de la Paz (II)

Hace poco tiempo encontré al más extraordinario grupo de niños de tercer grado del que sobresalía una pequeña valkiria que llamaremos Paulina. Ella sabía algo más de inglés que sus compañeros y buscaba reconocimiento incansablemente porque estaba aislada. Paulina siempre tenía la respuesta correcta en los labios y atropellaba a sus compañeros no dejándolos hablar. Hice uso de todos mis conocimientos para integrarla al menos durante mis clases con un éxito insuficiente.

Un día en el patio escuché a “Cirilo”, otro de los mejores alumnos de tercero, gritar “¡Tú no juegas, mordelona! ¿Quién te llamó?” De inmediato vi como Paulina pegó una carrera, lo embistió y lo derribó. Mientras yo los separaba Cirilo acusaba a Paulina de atacar y morder, no sólo a él sino también a los demás niños, así que le pedí a los presentes que me mostraran sus lesiones y la respuesta me dejó perpleja: “No, Profe; ya no las tenemos porque eso fue en Segundo Nivel“. ¡Hacía casi 5 años de eso! Meses más tarde supe que Paulina llevó una navaja al colegio y amenazó a Cirilo porque no paraba de llamarla mordelona; la niña fue suspendida y prontamente “transferida a un colegio más pequeño”, según me dijeron. Por su parte, Cirilo -la “víctima inocente”- no sufrió ninguna consecuencia por haber encabezado 5 años de hostigamiento hacia una compañerita. Me pregunto qué pasará con las emociones y el talento de Paulina en el futuro; también tiemblo por la próxima víctima de Cirilo, quien parece tener el entrenamiento acosador de un paparazzi.

En fin, recuerdo hoy a Vicente el desobediente, a Ramón el contestón y a Cristinita la cochinita (por lo gordita) quienes perdieron una oportunidad de mejorar porque no los corrigieron sino que los etiquetaron; probablemente se pensó que ésa era una buena forma de educarlos. Lo más grave es que ya nadie ve nada malo en esta conducta, y no sólo se celebra sino que se estimula acusando a quienes no participan en ella de ser personas sin sentido del humor o, para usar un término moderno, sin resiliencia (ver Anglofilia). Así que no hay que extrañarse cuando un niño incorpore su sobrenombre a su identidad, pues ya sabe muy bien que eliminarlo es imposible, y que aceptarlo es más aceptable socialmente que recurrir a la violencia física. Como consuelo siempre habrá otro niño que etiquetar, como Charlie Brown, el bestia, condenado de por vida a ser el blanco de la furia de Lucy Van Pelt.

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El Idioma de la Paz (I)
El Idioma de la Paz (III)

Author: Rineixa Romero

Rineixa es maestra desde 1985, y ha hecho carrera en Educación Especial, Educación Primaria e idiomas (inglés, francés y español). Ha trabajado para la Fundación de Edificaciones y Dotaciones Educativas (FEDE), Vértice/Fundación Polar, UNESCO, Development Alternatives Inc. y otras instituciones en el diseño de programas escolares en Latinoamérica, África y el Medio Oriente (no es por casualidad, pues tiene un Bachelor of Science en Educación por la Universidad de Boston) Todo ese bagaje ha sido fundamental para el avance lingüístico de sus alumnos, pero además de eso, los niñitos la adoran por su amor a la poesía y las buenas lecturas.

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